Alberto Torres Urbano. San Roque, Cádiz (25/07/1971)
En relación a la vida sacerdotal. ¿Cómo y cuándo fue consciente de su vocación?
Entro en la definición de lo que hoy llamamos vocación madura, a lo que suelo añadir el adjetivo “y madurada”, pero, en modo alguno, eso quiere decir que el Señor me ha llamado tarde. A lo largo de toda mi vida, como bautizado, he sentido la llamada del Señor, pero siempre me ha tratado muy bien y pensaba que mi misión era como laico comprometido haciendo presente a Cristo en la escuela pública y estando en las nuevas fronteras que significa hoy la evangelización y la educación. Hace unos años me di cuenta de que Dios quería bastante más de mí, y empecé a estudiar Ciencias Religiosas para “dar razones de mi esperanza”; Cristo me pedía que entregara mi vida para la construcción del Reino.
¿Cuáles son los pilares de su fe?
Los pilares de mi vida son la oración, el diálogo diario con el Señor, la comunicación con Dios, y ser consciente de que soy “instrumentum Dei”; y la Eucaristía, nuestro pan de vida, nuestro alimento diario, además de decirle cada mañana a Dios aquí estoy: te ofrezco mi vida para que se haga según tu palabra, y esté donde tú consideres. Y aquí cobra una fuerza importante el ejercicio de la caridad en un mundo que ha desterrado el Humanismo cristiano.
¿Cómo vive la fe en la cotidianidad?
Mi vida diaria gira en torno a la oración y la vida comunitaria en el Seminario. A ello uno dar clases de Lengua Española y Literatura en el instituto “Fernando de Herrera” de Sevilla. En mi trabajo con los jóvenes hago presente a Cristo, la escuela es tierra de misión; y la literatura a lo largo de su historia siempre nos ha hablado de Dios. Entre los adolescentes de hoy es necesario hacer presente que Dios es la sabiduría, el bien, la belleza y la Verdad.
Digamos que hoy la evangelización es relativamente fácil en una sociedad secularizada, basta con estar presente con alegría y esperanza y hacer reflexionar a los jóvenes sobre otros modelos de vida que parten del Amor, y el Amor es Dios, que es el único que nos lleva a la plenitud. La escuela pública es tierra de frontera y hacer ver a todos y cada uno de los jóvenes, y sus familias, que el hecho de ser criatura creada por Dios ya le otorga un dignidad única y fundamental… requiere su trabajo.
«El sacerdocio es el amor del corazón de Jesús», escribió el Santo Cura de Ars. ¿Cómo propicia que los demás se enamoren también de Jesús en la Eucaristía?
Ser sacerdote hoy es partir de la oración y de la Eucaristía que son las fuentes fundamentales para llegar al ministerio, partir de la Palabra como guía y modelo de vida para llegar a un mundo más justo, y la justicia sólo está en tomar a Cristo como modelo de vida, en la plena identificación con Él.
Junto a todo ello no podemos olvidarnos del ejercicio de la caridad: los olvidados, los desesperanzados, los marginados, los enfermos, y hoy, con especial hincapié en las personas mayores que se sienten solas y sin un proyecto que les aliente a caminar diariamente; y en los jóvenes para que su vida tenga un sentido y un camino hacia el Bien.
¿Dónde ha ejercido su ministerio pastoral? ¿Qué aspectos destacaría de su servicio en esos lugares? ¿Qué dimensión se ha fortalecido o ha redescubierto?
Mis destinos pastorales han sido las parroquias Santo Cristo del Perdón, de Sevilla; la Purísima Concepción, de El Garrobo, el Divino Salvador, de El Ronquillo y Nuestra Señor de las Nieves, de Villanueva del Ariscal.
La dimensión pastoral es uno de las bases fundamentales de nuestra formación como futuros presbíteros. En todos y cada uno de estos destinos he aprendido de cada uno de los párrocos, tanto poniéndome a su disposición como entregándome cada fin de semana a la comunidad parroquial. Los seminaristas asistimos a las misas y resto de sacramentos: bodas, bautizos, entierros; llevamos la comunión a los enfermos y los visitamos en sus casas o residencias, colaboramos o impartimos las catequesis de comunión, de confirmación, de adultos. Si es necesario también y nuestra formación lo permite colaboramos en cursos de Lectura, de Liturgia, con Cáritas. En definitiva, estando al servicio de todas y cada una de las tareas que una parroquia lleva a cabo, con una clara labor pastoral de presencia y de escucha. Cada parroquia es diferente, me ha enriquecido, me ha aportado y me ha dado mucho cariño.
¿Qué supone este paso al diaconado en el camino de formación?
La palabra diaconía viene del griego y significa “servicio”. El diaconado transitorio es un paso más y muy importante porque un sacerdote nunca deja de ser diácono. El diaconado es ofrecer nuestra vida por entero a Dios a través del servicio a la Iglesia, dándonos en todo aquello que haga falta; tanto en el altar, en la Palabra, en los sacramentos, en el ejercicio de la caridad, en todo y cada una de aquellas cosas que sean necesarias para nuestra gran madre que es la Iglesia; estar en misión, peregrinando, y anunciando la Buena Nueva del Evangelio.
¿Cómo suele motivar a orar por las sacerdotes y por las vocacionales sacerdotales?
Suelo explicar primero que la palabra vocación significa “llamada”, pero para oír a Dios hay que pararse, detenerse, y ver qué nos pide, qué quiere para nosotros. A partir de ahí me detengo también en la importancia de vivir la fe en comunidad y fraternidad. La Iglesia nos explica nuestro modelo de vida a través de la Palabra, que es el Evangelio, y de la celebración de los sacramentos.
Siempre digo que hay que hacer un alto para ver dónde está la felicidad que Dios quiere para cada uno, dónde voy a sentirme útil como ser humano, como persona. Hoy en día el problema normalmente no está en los jóvenes sino en los padres. Hace falta una urgente reevangelización de los adultos, en mi humilde opinión, sin olvidar, por supuesto, la atención a los niños y jóvenes.
¿Ha elegido algún pasaje bíblico/ cita o fragmento que le encamine y oriente en su vida sacerdotal, a modo de lema? ¿Con qué santos se identifica y por qué?
Mateo 4, 4: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, determinó que estudiase Filología, que es la ciencia de la palabra y en la Biblia están los orígenes de la literatura occidental. Lc 5, 32: “No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores” me ha acompañado cada día porque la Iglesia siempre tiene las puertas abiertas en todos los lugares y para todo el mundo. Y debemos pedir al Señor conversión diaria. Cada año explico a los alumnos de bachillerato la ascética y la mística; les hablo de la vida de fray Luis de León, san Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús, y de las tres vías para llegar a Dios, pero por encima de todo nos tenemos que quedar con la idea de que “en el atardecer de la vida sólo nos examinarán del amor que hayamos dado”, a lo que yo le añado “y nunca del que hayamos recibido”.
¿Cuál es su oración de gratitud al Señor por este regalo?
Hace muchos años ya leía una oración de San Ignacio de Loyola que yo reescribí y digo cada mañana al Señor, así como en aquellos momentos en los que me falta la calma: “Toma, Señor, y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y mi voluntad. Todo cuánto soy, cuánto tengo y cuánto recibo para que aumentes mi fe y mi esperanza y el don de mi gracia. Juzga mi vida con misericordia y mi presente con providencia”.
Al terminar cada día con la oración de Completas, los creyentes hacemos revisión de la jornada y siempre doy gracias a Dios por el día: “por la salud, por la vida, por la creación y las criaturas, por tanto, cuánto me mima, me protege y me lleva de la mano”. Por supuesto también es importante pararse en revisar aquello en lo que debemos pedir perdón, antes de ir a la confesión, porque no he hecho como debiera.