miércoles, 3 septiembre 2025

El Museo de Bellas Artes de Sevilla analiza las relaciones entre Andalucía y Japón en el Siglo de Oro

Cuatro especialistas abordan el papel de la Compañía de Jesús como puente entre Oriente y Occidente a propósito de las esculturas de los mártires de Nagasaki restauradas y expuestas en la pinacoteca

El Museo de Bellas Artes de Sevilla, dependiente de la Consejería de Cultura y Deporte de la Junta de Andalucía, acoge el próximo lunes 8 de septiembre la jornada “Tres mártires de Nagasaki. La Compañía de Jesús en Japón durante la era Keicho y su pervivencia en Sevilla”. Abierto al público interesado sin necesidad de hacer reserva previa, el coloquio, que arrancará a las 10:30 h., cuenta con la participación del máximo experto en la historia de las misiones jesuíticas en Japón durante los siglos XVI y XVII, el profesor de la Universidad Católica de Nagasaki Osami Takizawa.

También intervendrán en la jornada el profesor y vicedecano en Estudios de Asia Oriental en la Universidad de Sevilla, Jesús San Bernardino, así como la directora del Museo de Bellas Artes de Sevilla, Valme Muñoz, y la jefe del taller de restauración de la pinacoteca hispalense, Fuensanta de la Paz. Tras las cuatro ponencias, habrá una charla moderada por el periodista Juan I. García Conde.

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La jornada va a ahondar en la coyuntura histórica, génesis, repercusión y circunstancias que envuelven la creación de las esculturas de San Juan Soan Goto y San Pablo Miki, atribuidas al maestro Juan de Mesa, y la de San Diego Kisai, atribuida al taller de Juan Martínez Montañés. Tres tallas barrocas sevillanas de excepcional factura, donadas al Museo en 1928 por González Abreu, que han sido recientemente restauradas por los especialistas del Museo de Bellas Artes de Sevilla y que están expuestas al público desde octubre de 2024 en las salas de la colección permanente del centro.

“Estas esculturas, que llevaban más de 50 años sin estar expuestas al público, son el incentivo para debatir y poner de relieve los importantes vínculos religiosos, culturales, económicos y devocionales que se extendieron entre la península Ibérica y el lejano Oriente, conocido en esos años como ‘el último confín del orbe’”, señala la consejera de Cultura y Deporte, Patricia del Pozo.

Para la consejera “Japón, China y Filipinas conformaron esa tierra ignota a la que partieron soldados, comerciantes y misioneros desde el puerto de Sevilla, y que dio lugar a una rica historia de intercambios culturales, artísticos, humanos y económicos, algunos de los cuales van a ser analizados en el trascurso de esta interesante jornada”.  

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Como concluye Del Pozo “más allá de conservar y mostrar el patrimonio artístico andaluz, la función de los museos es también promover el conocimiento y divulgarlo al resto de la sociedad, abriendo puertas a las últimas investigaciones en materia artística e histórica”.

Una gran devoción

Las tres esculturas de los mártires de Japón proceden de la Casa Profesa de la Compañía de Jesús en Sevilla y, aunque carecen de fecha de ejecución, debieron ser encargadas con motivo de la beatificación de los mártires hace ahora casi 400 años, en 1627, acontecimiento que propició su culto público.

Los religiosos, nacidos en Japón y convertidos al catolicismo, formaron parte del grupo de 27 cristianos que murieron crucificados en la ciudad japonesa de Nagasaki el 5 de febrero de 1597. Veinte de ellos eran japoneses, tanto laicos como religiosos. La mayoría de los religiosos eran franciscanos. Entre ellos estaban los tres jesuitas, nacidos en Japón y convertidos al catolicismo, Pablo Miki (Kioto, 1556 o 1562) y Juan Soan de Goto (Goto, 1578) y el hermano lego Diego Kisai (Haga, Okayama, 1533). Treinta años más tarde, en 1627, fueron beatificados por el papa Urbano VIII y, finalmente, declarados santos en 1862.

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La devoción a estos beatos japoneses llegó a estar muy extendida en las iglesias jesuitas en el siglo XVII, encontrándose representaciones, tanto en escultura como en pintura, en otras localidades de la provincia como Morón de la Frontera, o en ciudades cercanas, como Cádiz. Aunque ninguna de estas obras conserva sus atributos iconográficos, los mártires del Japón suelen aparecer representados acompañados de cruces, en recuerdo de su crucifixión, y de las lanzas con las que se les dio muerte. Su restauración ha permitido exponer las esculturas de nuevo y recuperar su estado original.

Los tres mártires del Museo de Bellas Artes de Sevilla, atribuidos a Juan de Mesa y al taller del Martínez Montañés, llevan el hábito de los jesuitas, presentan brazos articulados en hombros, codos y muñecas, dejando claro que irían recubiertos posteriormente con vestidos que, como en el caso de San Pablo Miki, cubren la unión artificial de la cabeza. Llama la atención que, pese a su origen japonés, ninguno de ellos esté representado con rasgos orientales.

La exposición de estas tres tallas articuladas, sin telas sobrepuestas, permite apreciar su sistema constructivo, tan frecuente en el arte barroco y que en la mayoría de las ocasiones queda oculto.  

El encuentro con Japón

El encuentro de los españoles con la cultura japonesa supuso un gran deslumbramiento para los peninsulares. Durante años, la Corte y la nobleza españolas -como señala el catedrático de Filología Latina y miembro de la Real Academia de la Lengua Juan Gil- atesoraron objetos llegados del país nipón, adquiridos a través de la ruta comercial del Galeón de Manila. Tener biombos, espadas, imágenes y telas japoneses suponía un símbolo de distinción, opulencia y curiosidad intelectual en los siglos XVI y XVII.  

En todo caso, la poderosa Monarquía Hispánica, en tiempos de Felipe II y de sus sucesores en el trono, nunca se planteó ejercer un dominio político y militar efectivo sobre el imperio del Sol Naciente, sino que se limitó a favorecer, en la medida de sus posibilidades, la evangelización del Japón por parte de órdenes religiosas, como las de franciscanos y jesuitas. En buena medida, porque los Austrias eran conscientes de que Japón era un país demasiado densamente poblado, belicoso y bien armado como para siquiera intentar establecer un dominio y/o gobierno como el que sí ejerció España sobre Filipinas.

Se dio inicio así al que se conoce como “el siglo cristiano de la historia de Japón” (1543-1640), período comprendido, por un lado, entre el comienzo de los contactos comerciales, religioso y culturales con Occidente promovidos por portugueses y españoles y, por otro, la definitiva prohibición y expulsión del cristianismo en Japón. 

En este contexto histórico es en el que se produjo la citada masacre de Nagasaki y la extensión de la posterior devoción de estos beatos japoneses en las iglesias jesuitas de la península Ibérica. En esos años también tuvo lugar la Misión Keicho (1613-1620), la conocida embajada japonesa a la ciudad de Sevilla, al rey de España, Felipe III, y al papa de Roma, Paulo V. Una embajada que llevó al séquito de un gran señor japonés, a iniciativa del franciscano sevillano Luis Sotelo, a recorrer miles de kilómetros y dos océanos, Pacífico y Atlántico, para rendir tributo al papa Paulo V, pasando antes por Sanlúcar de Barrameda, Coria del Río, Sevilla y Madrid.  

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