domingo, 6 julio 2025

El genio visionario del surrealista canario Óscar Domínguez se expande en el Museo Picasso

Más de un centenar de obras forman la mayor retrospectiva dedicada en Andalucía al pintor, amigo en París del artista malagueño

El Museo Picasso acoge hasta el próximo 13 de octubre, la mayor retrospectiva dedicada en Andalucía al tinerfeño Óscar Domínguez (San Cristóbal de La Laguna, 1906 – París, 1957), uno de los creadores españoles más universales del siglo XX por su adscripción a la internacional surrealista, que comandó André Breton y en la que también militaron Joan Miró y Salvador Dalí. El canario es, además, autor de una obra visionaria y perturbadora, influenciada por el propio Pablo Picasso, con el que mantuvo una relación de amistad y complicidad creativa en la capital francesa, donde ambos residían, el centro neurálgico en aquel momento del arte internacional. Su habilidad para crear formas impactantes le otorgó un reconocimiento importante dentro del movimiento surrealista, y su lugar como uno de los artistas más originales y provocadores de su tiempo.

La muestra del museo malagueño, dependiente de la Consejería de Cultura y Deporte, es una de las grandes citas de esta temporada y está integrada por más de un centenar de obras que recorren toda la producción del artista canario. Se trata de la segunda gran exposición que se le dedica en España, tras la que organizó hace más de treinta años el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. La retrospectiva se ha preparado, además, con la colaboración del Óscar Domínguez TEA Tenerife Espacio de las Artes, centro de referencia sobre este creador dependiente del Cabildo Insular de Tenerife, al que pertenece como conservador jefe su comisario, Isidro Hernández Gutiérrez.

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De hecho, la impronta del norte de Tenerife, lugar en el que vivió durante su infancia y adolescencia -su familia era dueña de plantaciones de plátanos-, nutre la iconografía de su obra, caracterizada por un estilo audaz y experimental plasmado en composiciones llenas de contrastes, donde lo real y lo imaginario se funden en imágenes perturbadoras y misteriosas. Las playas de arena negra, los dragos milenarios y los mares de nubes que abrazan las cumbres canarias conformaron un imaginario que permanece presente, de forma persistente y simbólica, en su obra, aspecto que lo diferencia de otros surrealismos.

Estos elementos no son solo paisajes, sino materia viva que muta en su pintura en visiones oníricas, donde las formas lávicas -herencia directa del entorno volcánico- se funden con cuerpos mutilados y masas de color que se desbordan, como si el subconsciente brotara en erupciones de pincel. Esta mitología insular se funde con los códigos del surrealismo europeo, pero filtrada por una sensibilidad volcánica, por una intuición atlántica.

Una de las aportaciones más singulares de Óscar Domínguez al arte surrealista fue la creación y desarrollo de la ‘decalcomanía’, una técnica sin uso de prensa que consiste en aplicar pintura sobre una superficie y presionarla luego contra otra para generar formas impredecibles. Este método, que abre la puerta al azar objetivo, da lugar a texturas abstractas, orgánicas y sugerentes, cargadas de tensión visual.

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En manos de Domínguez, la ‘decalcomanía’ se convirtió en mucho más que un recurso técnico: fue una vía hacia lo inconsciente, una herramienta poética que le permitió capturar lo irracional y convertirlo en imagen con una poderosa fuerza simbólica. Óscar Domínguez trabajó asimismo en paisajes cósmicos en sus denominadas superficies ‘litocrónicas’, una manera única de capturar el paso del tiempo en la materia pictórica. En estas composiciones, cuyo nombre evoca la piedra (‘lithos’) y el tiempo (‘chronos’), parece querer representar a través de texturas y técnicas experimentales la sedimentación del tiempo, revelando su atracción por lo ancestral.

Un visitante recorre una de las salas que acogen la producción pictórica de Óscar Domínguez.

Un visitante recorre una de las salas que acogen la producción pictórica de Óscar Domínguez.

Su genio visionario se deja notar, además de en la pintura, en su faceta como constructor de objetos de funcionamiento simbólico, artefactos en transformación que parecen escapar de toda lógica utilitaria para abrirse como ventanas a lo imprevisto y lo irracional. Por ello, la obra de este creador posee un gran poder iconográfico. Cada trazo, cada ensamblaje de formas dispares, cada cuerpo roto o figura zoomórfica encierra una capacidad innata para crear imágenes visionarias y sorprendentes. Tal como señala el comisario de la muestra, “su pintura busca dotar de sentido al ejercicio de la libertad creadora, entendiendo arte y vida como un único impulso en el que el azar, el deseo, el humor negro y lo irracional se dan la mano”.

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Amistad con Picasso

La biografía de Óscar Domínguez, azarosa y por momentos novelesca, tiene sus episodios más conocidos en sus años en la capital francesa, donde residió hasta su muerte y en la que se relacionó con escritores tan dispares como Paul Éluard, Ernesto Sábato y César González Ruano, quien le cedió su estudio en Montparnasse. Colaboró, además, activamente con el grupo surrealista de Bretón en los años 30, en el que también militaron Dalí y Miró, y durante la ocupación nazi de París, se acercó al grupúsculo artístico de resistencia ‘La main à plume’, época en la que estrechó su relación con Pablo Picasso.

Para Óscar Domínguez, el malagueño era “el hombre más sensacional de la época” y un creador con el que compartía no solo el idioma, sino también una visión del arte como herramienta de resistencia y de transformación. El canario aprendió de Picasso la libertad formal y simbólica, mientras que éste valoraba la empatía y la energía volcánica y onírica del canario. Su amistad estuvo siempre marcada por el respeto mutuo y la complicidad creativa en medio de la oscuridad de la guerra.

De hecho, la influencia de Pablo Picasso en la obra de Domínguez es evidente, ya que le inspiró a explorar la deconstrucción de las formas tradicionales y a experimentar con la perspectiva. Esta influencia se traduce en las figuras fragmentadas y distorsionadas que pueblan muchas de sus pinturas, donde se percibe un diálogo entre la tradición cubista y la poética surrealista.

Su pintura evolucionó en la década de los 50 hacia un estilo más sombrío, con una paleta menos explosiva pero cargada de densidad emocional, donde persisten las formas metafóricas y los ecos de sus paisajes interiores. Un reflejo de la profunda inestabilidad personal y física, consecuencia de una enfermedad degenerativa que le generó una creciente melancolía, pese a lo cual su producción no se detuvo.

En esos años continuó su exploración de los objetos en transformación, superficies cargadas de sentido y motivos míticos, aunque con un tono más austero y casi elegíaco. Su obra siguió dialogando con el surrealismo, pero ya con una voz plenamente individual, despojada de artificios. Su final llegó de manera trágica el 31 de diciembre de 1957, aunque su “maquinaria onírica”, en palabras del comisario de la exposición, sigue interpelando con audacia al espectador contemporáneo. Los andaluces tienen ocasión de comprobarlo hasta el 13 de octubre en el Museo Picasso de Málaga.

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