viernes, 25 abril 2025

Tu vida ha sido Evangelio, tu muerte es semilla

Ante la noticia del fallecimiento del papa Francisco, surge una doble emoción en el alma. Por un lado, la alegría serena del tiempo pascual, en el que celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte. Y, por otro, la tristeza humana y eclesial por la pérdida de quien ha sido pastor supremo de la Iglesia, el papa Francisco.

Ante la noticia del fallecimiento del papa Francisco, surge una doble emoción en el alma. Por un lado, la alegría serena del tiempo pascual, en el que celebramos la victoria de Cristo sobre la muerte. Y, por otro, la tristeza humana y eclesial por la pérdida de quien ha sido pastor supremo de la Iglesia, el papa Francisco.

En este momento, sentimos con especial fuerza el peso de su ausencia, pero también la luz de su legado. Desde esta orilla de la Pascua, acompañamos con la oración al Santo Padre fallecido en este lunes de la Octava de Pascua, y escuchamos la Palabra de Dios que hoy nos consuela, nos ilumina y fortalece.

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La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos sitúa en el corazón mismo de la fe cristiana, la Resurrección de Jesús. Pedro, lleno del espíritu, proclama con valentía: “a este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos”. Esta fue la convicción profunda que animó la vida y el ministerio del papa Francisco, la certeza de que Cristo ha resucitado y vive, que su amor ha vencido al pecado y a la muerte, y que, por tanto, toda la Iglesia está llamada a ser testigo de esa victoria.

Francisco no predicó una doctrina abstracta, sino una fe encarnada, pascual, alegre. Siempre nos recordó que el Evangelio no es una carga, sino una buena noticia, que Cristo ha resucitado. Nos precede y quiere encontrarse con nosotros.

El Evangelio es de una delicadeza conmovedora. Las mujeres que habían ido al sepulcro con el corazón encogido se encuentran con Jesús resucitado, y Él les dice: “alegraos, no temáis”. Esas dos palabras, alegría y confianza, podrían resumir también el magisterio espiritual del papa Francisco. Él fue, en medio de una época compleja, un anunciador de la alegría del Evangelio y, al mismo tiempo, nos exhortó, una y otra vez, a no tener miedo, a salir, a reformar, a acoger, a sanar, a tender la mano. Sabía que la tentación de la Iglesia, también en sus estructuras, es cerrarse por miedo. Por eso nos impulsó a vivir la audacia del espíritu, a ser una Iglesia en salida, no de puertas cerradas, no obsesionada por la auto referencia, sino desbordante de gozo y misericordia.

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El salmo nos ofrece una clave interior: “protégeme Dios mío, que me refugio en ti, me enseñarás el sendero de la vida”. Esta oración ha salido de los labios del papa Francisco en muchísimas ocasiones. Quienes le conocieron de cerca dicen que era un hombre de silencio y escucha. Un hombre que vivía ante Dios incluso en medio de la presión de un ministerio inmenso. Y en este día también nosotros rezamos con esas palabras.

Pedimos al Señor que reciba en su paz al papa Francisco, que lo proteja como a su servidor fiel, que le muestre definitivamente el sendero de la vida y que le sacie con el gozo de su rostro.

La muerte de un Papa no es sólo un momento para mirar al pasado, sino para asumir una responsabilidad. Nos corresponde ahora custodiar su herencia con humildad, discernir lo que el Espíritu ha dicho a la Iglesia a través de su voz, y continuar la obra con fidelidad.

Que el estilo evangélico del papa Francisco inspire nuestro trabajo, con un espíritu de servicio, con sencillez, con transparencia, con sensibilidad pastoral. Y, sobre todo, con la alegría y la esperanza que brotan del resucitado.

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El papa Francisco ya ha sido llamado a la Casa del Padre. Se ha encontrado finalmente con el Señor resucitado, a quien amó, predicó y sirvió con alma de pastor y corazón de padre. Ahora descansa en las manos del Padre, allí donde no hay corrupción, ni miedo ni mentira. Allí donde las lágrimas se enjugan y donde el gozo es perpetuo. Nosotros seguimos caminando, pero no estamos solos. Caminamos en comunión con toda la Iglesia, caminamos con esperanza hacia la Casa del Padre, hacia la Eternidad, porque Cristo vive. Y porque creemos, eso podemos decir hoy, con profunda paz en el alma: Descansa en paz, Santo Padre Francisco. Tu vida ha sido Evangelio, tu muerte es semilla, tu recuerdo bendición.

Mons. Teodoro León, Obispo Auxiliar de Sevilla

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